miércoles, 29 de junio de 2011


«Pero lee sobre todo tu propio inconsciente, ese libro con una tirada de un solo ejemplar cuyo texto virtual llevas por todas partes contigo, y en el que está escrito el guión de tu vida, o al menos su rough draft»

Eva y la Mujer Urbana

Eva y la Mujer Urbana

En la marea de la historia, una red de relaciones vierte en el presente la extensión de Eva, caminando a sus anchas más allá de la Mujer Urbana. Ambas son atravesadas por la misma grieta: “Son mujeres”
Si rastreamos hasta el latín la palabra mujer, llegamos a su raíz: “muller” “aguada” “blanda” de donde también: “molusco” “mullir” y “mojar”, vienen…
Recibo estos adjetivos y los abro como interrogantes del “ser” que califican. La mujer, ¿todos ellos? A su paso tropiezo inmediatamente con la existencia totalizadora que intentan predicar. Entonces, comprendo la inexistencia que confirma posiciones opuestas entre sí. No-toda aguada, no-toda blanda, es decir, que la mujer es no-toda o de que, no es Una.
Contemplemos a Eva y a la Mujer Urbana. Atraviesa Eva la lógica de la desobediencia resistiendo desnuda en una hoja de parra, la expulsión del paraíso. Su cuerpo es tirado a la tierra. Mientras, la Mujer Urbana, encorsetada con tacos de señora y reflejos de ama de casa, a pesar de su gesto embelezado, ni el primer plano, ni su cara, dejan de ser tironeados en el cuchicheo de la opinión. A la manera de un nudo, ya no vial, los ciudadanos giran observándola, como si fuera de otro mundo.
Cuando el hombre interrumpe su narración, ata la palabra a cimas imaginarias. Exceso de opinión, "la high definition" de nuestra época, es decir, el mundo aparente de la pura imagen depende de la proscripción de todo intercambio de miradas entre los personajes que monta y sus observadores, testigos alienados.
El acting, la actuación escénica, obstinadamente reduce el mundo a decirlo todo, a cambio "de des-contar algo" No ha abandonado las mañas de la actuación, más aún, adopta una estrategia de absorción del espacio como negativa a reconocer, ese otro espacio que se funde con la prosa del mundo, que incita la mirada a la vez que rompe, la visión del ojo congelado como estatua.
Se levanta el telón, aparece la vida cotidiana y el mundo natural puede ser pensado en el recogimiento de lo que en él se enciende y apaga, sin nosotros. Desamortajadas las formas, el tejido se levanta en puntos de saber disímiles que no deberíamos dejar escapar ni confinarlos a una estructura de madera solitaria. Este tejido viviente, autónomo, nuevo, no se relaciona más que consigo mismo, es un mundo que ha logrado cortar todo lazo o atadura con cualquier deidad o fetiche. Identificar el tabú, es decir la prohibición de intercambiar la mirada entre el mundo y quién lo contempla. Su análisis arriesga el derrumbe de la falsa censura, a la vez que abre las condiciones relevantes para la trascendencia. Requiere del valor de echar los latidos del pecho hacia adelante, para darle voz y otorgarle voto, nuevamente. El mundo: "erupción volcánica, río zigzagueante de magma, cenizas esparcidas..." Darle voz nuevamente a eso, callarse para escuchar eso de nuevo, como una justicia impecable cuya voz absoluta pudiera ser el eco, la vía para una recuperación de la prosa humana, más allá de lo que la cierra y desbasta.
¿Qué permitiría reunir, de otra manera, a Eva y a la Mujer Urbana? Ese no-todo, la formulación de que no existe una totalidad “Eva” ni una totalidad “Mujer Urbana” es fundamentalmente una respuesta, no solo a la pregunta por el ser femenino, sino, a la pregunta por el ser como tal. El que resiste a condensarse en un todo, justamente porque es singular. Lo singular apuntala un universo simbólico, es decir, un sistema de significado socialmente objetivado refiriéndose por un lado, al mundo de la vida cotidiana y, por el otro, al que se experimenta trascendiendo dicha vida.
Plantear el problema humano de la falta, del no-todo, permite reunir a Eva y a la Mujer Urbana, en una Criatura Terrenal. Extranjera a las figuras y gestos de aquellas, emerge en la singularidad de lo que no la pre-existe, y a la vez, sobreviene en un latido, una connivencia, o más bien, el sentimiento mismo de la descendencia.

Dra. Gabriela Agüero de Galvez
Psiquiatra Psicoanalista